Cómo
temer a Dios sin tener miedo
“¡Temed a Dios, y dadle gloria!” (Apocalipsis 14:7)
“¡Temed a Dios, y dadle gloria!” (Apocalipsis 14:7)
Cuando Dios nos creó, también incorporó en
nuestro organismo un sistema de alarma para protegernos del peligro y el dolor.
Uno de los sensores primarios de este sistema es la emoción de miedo, que
funciona como una luz de advertencia similar a las luces del tablero de un
automóvil.
Lamentablemente, un enemigo ha dañado este
sistema de alarma interno, por lo cual muchas personas son incapaces de
distinguir los “buenos temores” (miedos sanos) de los “malos temores” (miedos
malsanos).
Cuando nuestro sistema de alarma suena
constantemente, perdemos la habilidad de filtrar las falsas alarmas. Satanás
saca provecho de este funcionamiento defectuoso, procurando mantenernos
aprisionados por medio de distorsiones de nuestro sentido de la realidad y
haciéndonos sufrir temores falsos: ansiedad, nerviosismo, aprehensión,
preocupación, desánimo, susto, pavor, pánico o terror. No es de sorprenderse
que en más de 300 lugares la Biblia nos dice: “No temas”. Pero, ¿cómo debemos
entender los mandatos bíblicos de “temer a Dios” y a la vez “no temer”?
Repasemos lo que nos dice el Señor en su Palabra para resolver esta paradoja.
El “temor de Dios” es un temor
saludable
Considera los siguientes pasajes de las
Escrituras:
“‘Y haré con ellos pacto eterno, que no me
volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para
que no se aparten de mí. Y me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los
plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma’”
(Jeremías 32:40, 41).
“¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me
temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y
a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:29).
• “Busqué
a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores…. Temed a Jehová,
vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen….Venid, hijos, oídme;
el temor de Jehová os enseñaré” (Salmo 34:4, 9,11).
En el monte Sinaí, Dios habló mediante Moisés
al pueblo: “‘No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor
esté delante de vosotros, para que no pequéis’” (Éxodo 20:20).
El “temor a Dios” nos protege de
temores enfermizos
Es natural que disminuyamos la velocidad de
nuestro vehículo cuando observamos un terrible accidente en la carretera. Pero
no era el plan del Creador que viviéramos en un estado de perpetua preocupación
y miedo, como nuestra principal protección contra el peligro. A través de su
gracia, Dios quiere reparar nuestra alarma interna para que, en las palabras de
Oswald Chambers, sepamos que cuando “temes a Dios, no le temes a nada más;
mientras que si no temes a Dios, le temes a todo lo demás”. 3
El vivir bajo el manto de la gracia de Dios
nos permite distinguir las falsas alarmas. Una de esas falsas alarmas es el
temor a los eventos de los últimos días de la historia humana, el tiempo de
tribulación (Marcos 13:19; Lucas 21:25). Si hasta este momento has creído, tal
vez involuntariamente, que el temor al inminente tiempo de tribulación es una
de tus principales armas de defensa contra los engaños de los últimos días,
entonces Satanás realmente te ha engañado. Si le tememos a todo menos a Dios,
estamos equivocados. Dios es el único en el universo digno de ser temido.
Los temores enfermizos nos encadenan, nos
oprimen y nos impiden avanzar, crecer y convertirnos en la persona que Dios
desea que seamos. ¡Cuánto perdemos por causa de nuestros temores innecesarios!
Sin duda, las personas desconfiadas y temerosas son más propensas a los engaños
que las personas que confían, porque están aprisionadas por sus propios
temores.
Satanás emplea los miedos enfermizos
El enemigo está continuamente buscando
oportunidades para sacar ventaja de los miedos que podamos experimentar.
Mediante cada temor procura que desviemos la mirada de nuestro Padre Celestial,
sugiriendo que Dios no es lo suficientemente bueno, poderoso o capaz de
resolver nuestras dificultades específicas. Acto seguido sugerirá que le
busquemos solución a nuestros problemas por nuestra cuenta porque, después de
todo, no podemos confiar en Dios ya que no está atento a nuestras dificultades.
Cuando no tememos a Dios, tendremos temor de
todo lo demás. Cuando cedemos ante tales temores:
ü Declaramos
que Dios no es más grande que nuestras dificultades.
ü Rechazamos
el hecho de que Dios es más poderoso que Satanás.
ü Abandonamos
nuestra convicción de que Jesús está siempre con nosotros.
ü Alegramos
a Satanás por nuestra falta de confianza en Dios.
ü Deshonramos
a Dios con nuestra carencia de fe.
ü Abandonamos
la certeza de que Jesús es capaz de satisfacer nuestras más profundas
necesidades.
ü Vemos
al mundo con ojos meramente humanos.
ü Abrimos
la puerta a falsos dioses que nosotros mismos fabricamos.
John Ortberg describe el temor malsano de esta
manera: “Este temor nos susurra que Dios no es lo suficientemente grande como
para cuidar de nosotros. Nos dice que no estamos verdaderamente seguros en sus
manos. Nos hace distorsionar la manera en que pensamos acerca de él…. El miedo
ha creado más herejes de lo que jamás haya suscitado la mala teología, puesto
que nos hace vivir como si sirviéramos a un Dios limitado, finito,
cuasi-ausente y semi-competente”. 4
Cuando creemos que nuestros miedos son
demasiado grandes para que Dios los atienda, sentamos las bases de la
idolatría, lo que nos lleva a crear dioses falsos que esperamos resuelvan
nuestros problemas en vez de volvernos a Dios. Por otra parte, el sano temor a
Dios como respuesta a su evangelio eterno es uno de las mejores defensas contra
los engaños que el enemigo presentará en los últimos días.
El temer a Dios nos permite tener una relación
de corazón a corazón; una íntima y cercana comunión con nuestro Creador. Al
alabarlo y adorarlo, descubriremos que quiere aliviarnos de todas nuestras
cargas, calmar todos nuestros temores, y darnos paz y reposo verdaderos. “Mas
yo, por la abundancia de tu misericordia, entraré en tu casa; adoraré hacia tu
santo templo con temor” (Salmo 5:7).
Entonces, la próxima vez que sientas miedo,
recuerda lo que dijo el salmista: “En el día en que temo, yo en ti confío…. En
Dios he confiado; no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?” (Salmo 56:3, 11).
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